El coronel norteamericano, Joseph Henry Pendleton, desde su campamento, había conminado a los rebeldes a la rendición. No entendía cómo podía ser que 500 hombres con escaso armamento, siguieran resistiendo contra 2500 marines y 15 mil soldados del gobierno. No tardó mucho en llegar la respuesta, el coronel leyó: «Yo haré con nuestras fuerzas la resistencia que exige el caso y la dignidad de Nicaragua…». Al pie del texto firmaba: General Benjamín Zeledón, Masaya, 2 de octubre de 1912.
En 1909, a partir de una conspiración orquestada por el Secretario de Estado estadounidense, Phinlander Knox, y ejecutada por los jefes conservadores Adolfo Díaz y Emiliano Chamorro, el presidente liberal José Santos Zelaya fue derrocado. Observen este detalle: Knox, era abogado de las empresas que explotaban las riquezas mineras de la Costa Atlántica nicaragüense, y en cuanto a los nicaragüenses, uno también era representante de empresas mineras y el otro pertenecía a una de las familias más acaudaladas de Nicaragua, ambos peleles del gobierno estadounidense.
El doctor José Madriz sucedió a Zelaya, pero éste no era el candidato de la Casa Blanca, entonces un nuevo levantamiento terminó con la presidencia de Madriz y asumió el gobierno Adolfo Díaz, el hombre preferido por los yanquis.
Pero la sumisión de Díaz a los norteamericanos fue tan escandalosa que su Ministro de Guerra, el general Luis Mena, se levantó en armas. El gobernante entonces no dudó un minuto y solicitó la intervención norteamericana. Los marines invadieron Nicaragua inmediatamente.
Zeledón, había sido funcionario de Madriz y estaba exilado, regresando para defender la soberanía nacional al enterarse de la invasión. “Queremos, por sobre todas las cosas, que la Soberanía Nacional simbolizada por nuestra bandera azul y blanco sea efectiva y no la batan vientos intervencionistas», decía.
El 4 de octubre de 1912, Zeledón murió heroicamente combatiendo al invasor imperialista. Su cadáver fue trasladado en una carreta y pasó por el pueblo de Niquinohomo. Entre la multitud allí congregada, que veía pasar los restos del héroe, se encontraba un muchacho de nombre Augusto Sandino, quien ese día juró silenciosamente continuar la lucha comenzada por Benjamín Zeledón.
Escrito por: Fernando Bossi Rojas
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