La Cándida mujer y el carpintero
dieron a luz a un hijo.
La mamá quería que igual que el papa fuera carpintero
pero él quería ser Santo.
Y se hizo hombre,
contempló miserias en los alrededores de Acahualinca,
sanó a los leprosos de Acahualinca,
solía vérsele entre carretoneros y putas,
verduleras y recolectores de impuestos
todos de Acahualinca
porque Acahualinca era el mundo.
Alguna vez expulsó a los mercaderes del templo,
a los curas les arrebató la sotana y la biblia profana,
no le gustaban los ricos,
decía que mejores eran los camellos.
Repartió pan y multiplicó peces,
tenía el don de la palabra,
brotaba de sus labios humedecidos la verdad.
“La última vez lo vi irse
entre humo y metralla
contento y desnudo,
iba matando canallas
con su cañón de futuro”.*
Me dijeron que lo vieron
matando canallas y derribando Apolos,
se convirtió en aullido
roca
resplandor
beso de amor.
¡Quisieron arrebatarle la Luna!
y los derribó con un solo verso:
¡QUE SE RINDA TU MADRE!
Así cayeron aviones, tanques y batallones
derrumbados por
¡el coraje de un Santo!
¡la valentía de un Santo!
¡el decoro de un Santo!
¡la transparencia de un Santo!
¡el rojo y negro de un Hombre!
Arlen Cuadra, 15 de enero 2018
La grandeza de nuestros héroes, hijos e hijas del pueblo, que no supieron de traiciones, los que abrieron camino a la libertad con su sangre joven y su convicción en el triunfo, son quienes nos guían para defender esta revolución contra los enemigos de la humanidad y sus serviles locales, que los apátridas, los vendidos por cinco dólares. Por esos muertos, Nuestros muertos, los que juramos defender la Victoria.