Estas palabras forman parte del testimonio provisto por Mao Zedong al periodista estadounidense, Edgar Snow, quien se entrevistó con él en la localidad de Po An, en la provincia de Shensi, en 1936. El texto se publicó en forma más extensa como el capítulo cuarto del libro Red Star Over China, de Edgar Snow (1938).
¿Cómo se forma un hombre nuevo?
Mi padre había asistido dos años a la escuela y leía bastante bien como para llevar los libros. Mi madre era totalmente analfabeta. Ambos eran originarios de familias campesinas. Yo era el «letrado» de la familia. Yo conocía los clásicos, pero no les amaba. Lo que me gustaba eran las novelas de la China antigua y sobre todo las historias de las revueltas. Leí el Yo-Fei Chuan (Chin Chung Chuan) Shui Hu Shuan, Fan Tang, San Kuo y Hsi Yu Chi, todavía joven y engañando la vigilancia de mi antiguo maestro que detestaba estos libros «fuera de la ley» y que calificaba de perversos. Los leía en clase, cubriéndolos con un clásico cuando el profesor pasaba a mi lado. Era lo que hacían la mayor parte de mis camaradas. Aprendíamos muchas historias de memorias y las discutíamos a menudo. Sabíamos más que el antiguo viejo del pueblo que las amaba también y que nos contaba historias a cambio de las nuestras.
Creo que es posible que yo haya sido influenciado por tales libros leídos en una edad en que se es muy impresionable.
En fin, cuando yo tenía trece años abandoné la escuela primaria y empecé a trabajar muchas horas en la finca para ayudar al obrero agrícola, haciendo el trabajo de un hombre durante el día y en la tarde llevaba los libros de mi padre. A pesar de todo, logré proseguir mis lecturas devorando todo lo que encontraba, excepto los clásicos. Esto enojó a mi padre quien quería que yo dominase a fondo a los clásicos, sobre todo después que él había perdido un pleito, gracias a una cita emitida en el momento preciso por su adversario.
En la noche cerraba la ventana de mi dormitorio para que mi padre no viese la luz. Es así como leí un libro que se titulaba Palabras de advertencia. Los autores, viejos escritores partidarios de las reformas, pensaban que la debilidad de China venía de su falta de maquinaria occidental: ferrocarriles, teléfonos, telégrafo, barcos a vapor. Querían que éstos fueran introducidos al país.
Mi padre consideraba que la lectura de tales libros eran una pérdida de tiempo. Quería que leyese algo útil, como los clásicos, para ayudarlo a ganar los pleitos.
Yo continué leyendo las antiguas novelas y los viejos relatos de la literatura china. Un día descubrí un rasgo particular de estas historias y era la ausencia de los campesinos que trabajaban la tierra. Todos los héroes eran guerreros, funcionarios o letrados; jamás un campesino era el héroe. Pensé durante dos años, después analicé el contenido de estas historias.
Descubrí que elevaban a las nubes a los soldados y los amos del pueblo que no habían trabajado la tierra porque la poseían, y la vigilaban y hacían que los campesinos la trabajaran para ellos.
Mi padre fue en su juventud y en su madurez un escéptico, en cambio mi madre era devota de Buda. Esta daba una educación religiosa a sus niños, quienes se entristecían por el hecho de que su padre fuese un incrédulo. A los nueve años discutí seriamente con mi madre el problema que planteaba la incredulidad de mi padre. Entonces y más tarde, hicimos varias tentativas para convencerlo, sin tener éxito. Nos maldijo y abrumados por sus ataques nos retiramos a elaborar un nuevo plan. Pero él no tenía nada que ver con los dioses. Sin embargo, mis lecturas me influenciaron poco a poco y llegué a ser cada vez más escéptico. Mi madre se dio cuenta y me regañó por mi indiferencia hacia los requerimientos de la fe, pero mi padre no hizo ningún comentario. Después, un día que estaba fuera de casa cobrando un dinero, encontró un tigre. El encuentro sorprendió al tigre, que huyó de inmediato, pero mi padre quedó más sorprendido aún de haber escapado a este peligro, y como consecuencia de ello reflexioné mucho sobre este peligro. Empezó a preguntarse si acaso no había ofendido a los dioses.
Desde entonces se mostró más respetuoso hacia el budismo y quemaba incienso de tiempo en tiempo. No obstante, cuando mi «caída» se acentuó, él no intervino. Se contentaba con implorar a los dioses cuando estaba en apuros.
Las Palabras de advertencia estimularon mis deseos de continuar mis estudios. Estaba disgustado con mi trabajo en la finca. Mi padre, naturalmente, se opuso a este proyecto. Pelearnos por este asunto, enseguida me escapé de la casa. Me fui a la casa de un estudiante de derecho y allí trabajé durante seis meses. Luego Volví a estudiar los clásicos con un antiguo letrado chino y leí también muchos artículos de algunos libros contemporáneos.
Fuente: https://www.marxists.org/