En 1975 cuando aún faltaban 4 años para el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua, dos guerrilleros jinotepinos y un chinandegano cayeron en el Sauce, León. Entre estos, la chinita que dejaría un legado en el país: Arlen Siu. A pesar de no tener detalles acerca del día en que ella cayó, por medio de testimonios e investigaciones se logró escribir una historia, hecho o como quieran llamarlo que se acerca a lo real.
Escrito por: Ana Siu
Cubrir la retirada
I
Los árboles del espeso bosque de la comunidad del Guayabo en el Sauce, se agitaban por el viento de una mañana de agosto. La tierra estaba seca, y tres hombres se esforzaban por cavarla hasta formar una fosa; frente a ellos tres soldados de la Guardia Nacional con rifles Garand en mano para intimidar a los campesinos.
José Antonio Ruiz, uno de los que cava, sale de la fosa y trae primero uno de los cadáveres. El muerto es un hombre alto, moreno, pelo liso y delgado; debido al peso otros lo ayudan a cargarlo y de un golpe cae en la tierra húmeda del fondo.
El que sigue es más pequeño, más blanco e igual de delgado. Se escucha como el peso del cuerpo que va cayendo mueve la tierra, el cadáver queda al otro extremo del primero. Pero falta un cuerpo más, uno diferente, una mujer. Ruiz la toma con cuidado y observa el pantalón verde olivo y grueso que viste la muchacha de 19 años, mira su rostro que a pesar de las heridas sigue siendo fino y blanco. El cuerpo cae precipitadamente en medio de los otros dos, con los brazos abiertos y boca abajo.
Ruiz, rubio y de ojos azules intenta bajar a la fosa para acomodar los cadáveres, pero inmediatamente es detenido por una orden. ´´¿Y vos a dónde vas? ¡Ahí deja que se pudran esos hijoeputas!´´, le ordena uno de los guardias, mientras lo amenaza colocando el arma en su cabeza. Nadie dice nada, todos tienen miedo de esos asesinos. ´´y para que miren que somos buenos, ahí están estas pastillas´´, grita el otro guardia, mientras tira una bolsa llena con pastillas acetaminofén.
Mireya era el seudónimo que adoptó Arlen en su clandestinidad y con esto también cambió su oscuro y largo cabello, por un cabello corto y claro. Antes de llegar al Sauce, Arlen estuvo varios días en León, donde se hospedaba en una casa de seguridad con una familia muy humilde que no podía alimentar muchas más bocas que las de su ya numerosa familia. Dentro de ese grupo de guerrilleros está Julia Herrera de Pomares, que todos los días con sus estómagos vacíos sostenían entre ambas un plato de frijoles que debían compartir. Solo un plato al día.
Debían seguir su camino y lograr su último fin, que era entrenarse en la escuela militar que se encontraba en el Sauce. Ahí afinarían sus técnicas, pasarían de ser guerrilleros empíricos a ser casi profesionales para batallar.
II
El Sauce es un municipio ubicado a 177 kms de Managua y a 87 kms de León. Es una ciudad árida, llena de casas hechas de ladrillos de barro. Todas lucen iguales, del mismo tamaño, del mismo material y hasta de la misma forma. El sol es abrasador, una hoja no se mueve en ese lugar. La gente camina por las calles sin preocupación, van a la iglesia y de vez en cuando se sientan en el parque.
En una de estas casas de ladrillo vive Nieves López, una joven recién casada que le cocina a su marido todas las tardes para recibirlo con una rica cena. Pero hace dos semanas que observa por la ventana que da a su patio, a una joven no muy alta, muy delgada y con el pelo corto que llega en busca de su marido.
Su esposo es el ´´correo´´, quien le lleva mensajes a los guerrilleros que se encuentran en una escuela de entrenamiento militar. La joven a la que llaman Mireya llega diario a buscarlo, platican con rapidez, intercambiando solamente palabras en clave y algunas miradas, que luego ella transmitirá a sus compañeros de lucha.
Pasados unos días en el Sauce, se dieron cuenta que era demasiado peligroso seguir en la ciudad y deciden adentrarse a la montaña. En la madrugada de un 1ro de Agosto sale una columna de guerrilleros hacia un camino de tierra. Con dificultad van pasando entre las ramas, sus pies están puro ampollas y sus cuerpos desgastados por una mala alimentación y noches sin dormir.
Caminan a través de un bosque espeso y húmedo, atraviesan corrientes de ríos, se deslizan en el lodo y se apoyan de las ramas para no caer. Luego de caminar 10 kms llegan a una comunidad llamada el Guayabo, donde solo encuentran dos casas. El lugar está lleno de árboles y el césped llega hasta las rodillas; es parecido a un cerro la primera casa está en la superficie plana del lugar y subiendo un poco más está la segunda.
En la más alta los están esperando, pero Arlen atraída por el llanto de un bebé en la casa de abajo se dirige hacia ella y golpea. Son las 3 de la mañana y Ángela Ruiz está sentada en una mecedora, con su niño recién nacido en brazos mientras le da de mamar. ´´!Pero que niño más lindo!´´, exclama la chinita y Ángela se voltea para ver quién le habla, sus miradas se cruzan por unos segundos y Arlen le extiende los brazos para chinear al pequeño.
Se sentaron una al lado de la otra, intercambiaron saludos y gestos amables, hasta que Ángela interrumpió el silencio y preguntó: ´´¿Quiénes son ustedes?´´. Arlen volvió a verla con sus ojos oscuros y el pelo en su cara ´´Venimos a hacer una limpia de las personas que roban´´, respondió con calidez. Ángela no hizo más preguntas.
Platicaron un poco, sobre cosas del campo, de los niños, de los ojos claros de toda la familia Ruiz, incluyendo al bebé que aún no tenía nombre. Solo el murmuro de los guerrilleros que platicaban afuera se escuchaba, Arlen sacó de su mochila una ropa de bebé y unas pastillas. Se las entregó a la madre del niño y le pidió que se lo prestara para pasearlo un rato, Ángela aceptó.
Arlen vio en Ángela la personificación de su poema María Rural. Era una campesina que luchaba cada día por sus hijos, que buscaba día a día una razón diferente para seguir levantándose, a pesar de sufrir cada vez más.
Ángela era esa mujer pobre y desolada por la que la chinita se enlistó en la lucha que liberaría a la mujer, al pobre, a los niños.
Arlen subió a la otra casa con el niño en sus brazos, mientras le cantaba canciones de cuna con su voz dulce y a la vez imponente. Se quedó debajo de un árbol platicando con Hugo Arévalo, un tipo alto y moreno de Jinotepe y con Gilberto Rostrán que era chinadegano.
Conversaban acerca de qué pasaría después del triunfo, de la ideología marxista y del feminismo del que tanto hablaba Arlen. Discutían temas profundos y de vez en cuando hacían una broma para disminuir la tensión.
Los brazos y manos de los tres estaban llenos de rasguños por la prolongada estadía en la montaña, ya los tres estaban agotados y a pesar de no ver muchos resultados inmediatos, retroceder no era una opción.
En su casa, Ángela preparaba una leche para esa invitada misteriosa que consideró una persona muy buena, se distrajo por pensar en quiénes eran todos aquellos hombres y mujeres que habían llegado a su comunidad que nadie visita nunca, de pronto notó que la leche se había ahumado. Apresurada la quitó del fuego y con mucha vergüenza se dirigió hacia la otra casa.
Arlen estaba afuera junto a sus dos compañeros. ´´Le traje una leche. Pero se me ahumó, me disculpa´´, dijo en sollozos Ángela, ´´¡Qué rico! Disculparla por qué, así me gusta a mí con ese olorcito´´, expresó la chinita mientras tomaba la taza de leche caliente y se la bebía con deleite. Tal vez ese fue el momento donde Ángela sintió el calor de una amiga, de un gesto de verdadero agradecimiento.
Eran las 12 del mediodía y los hijos mayores de Ángela volvieron de la carretera exaltados. ´´!Mama! Mama!´´, gritaban. ´´Ahí vienen unos guardias con tanqueta y muchas armas´´, anunciaron los dos jovencitos.
Ángela sintió como los pelos de sus brazos y piernas se erizaban, una corriente helada le recorrió la espalda, e inmediatamente supo que debía avisarles a los visitantes.
En esos años de dictadura somocista los campesinos eran los mayores excluidos. No conocían ni la azúcar y mucho menos que supieran que había empezado una guerra. Al igual que la familia Ruiz, había miles que recibían a esos misteriosos guerrilleros sin poder descifrar porqué se encontraban en la montaña.
´´Ahí vienen unos guardias´´, le dijo Ángela a la chinita. ´´No te preocupes, toma el niño y anda a la casa´´, le dijo Arlen quien acompañó a la madre con su hijo hasta su hogar. ´´Yo voy a regresar aquí al Sauce un día´´, dijo Arlen mirando fijamente los ojos de Ángela. Sacó un papel de su pantalón y lo puso en manos de Ruiz y se retiró.
Para esa campesina no fue necesario pasar más de un día con la chinita para quererla como a una hija, no necesitó más que gestos para ser su más fiel amiga.
Era momento de reunirse, los guerrilleros instintivamente se juntaron en un círculo y planearon de qué manera podían defenderse. Eran unos 20 y necesitaban del apoyo de algunos mientras se dispersaban, era necesario que les cubrieran la retirada.
Cubrir la retirada es uno de las cosas más difíciles de una guerra, estos guerrilleros, que siempre son pocos, deberán aguantar lo que venga hasta que sus compañeros estén a salvo. Nunca saben contra qué o quiénes lucharán, pero algo es seguro: La muerte.
´´Yo cubro la retirada´´, afirmó la voz de la china. Todos voltearon a verla y trataron de convencerla de lo contrario, que mejor se quedara un hombre. Sin embargo, ella mantuvo su postura. A los segundos otros dos hombres la secundaron, entre ellos un jinotepino y un chinandegano: Hugo Arévalo y Gilberto Rostrán.
Los tres cubrirían la retirada, lo único que sonaba en sus cabezas en esos momentos era ´´Patria libre o morir´´. Habían cometido un suicidio.
Desde el momento en que decidieron ser guerrilleros clandestinos, sabían muy bien que la muerte sería una visitante recurrente. El miedo a ella ya era natural. Arlen se amarró en una cola de caballo su pelo, tomó dos revólveres, uno en cada mano y se sentó detrás de un árbol de quebracho. Los otros dos compañeros se fueron a esconderse más abajo.
Hace un año que la chinita había dejado todo: su familia, sus estudios de psicología en la UNAN y su hogar. En la nota que le dejó escrita a sus padres, antes de irse clandestinamente hay una frase muy particular. ´´Somos más auténticos en la medida en que rompemos barreras´´, está escrito en la primera página del libro Juan Gaviota, con una letra cursiva y elegante donde la chinita firma como Arlene. Sin duda fue en ese momento donde la chinita se hizo más auténtica que nunca.
Eran las 3 de la tarde y la GN comenzó a entrar, eran 300 hombres armados hasta los dientes. Por los cielos vuelan avionetas listas para disparar si era necesario. Ahora era una lucha totalmente desigual, 300 contra 3.
La batalla había comenzado, la GN empezó a lanzar granadas y a disparar sin piedad. El bosque se había convertido en campo de batalla, un lugar casi virgen se convirtió en un infierno y en un lugar histórico donde 37 años después caminarían jóvenes, adultos y mayores para conocer un poco de la lucha sandinista en la montaña.
Arlen se volteó y empezó a atacar pero las balas la obligaron a volver a esconderse detrás del árbol. Su mente estaba en blanco. Sin embargo su instinto la obligaba a seguir disparando, nadie imaginaría a esa muchacha de clase acomodada que cantaba y tocaba la guitarra en las acostumbradas veladas, se vería tan ruda y valiente en lo que ahora sería su nuevo escenario.
El corazón amenazaba con salirse de su camisola, cuando dos balas de un Garand atravesaron el árbol y la espalda de la chinita. Aún estaba viva cuando la sangre empezó a salir de su boca, sabiendo que moriría empezó a rezar hasta desvanecerse sobre el quebracho.
La balacera había acabado, los guardias se acercaron irónicamente como asegurándose de que estaban muertos. Todos habían caído, todos habían logrado que sus compañeros escaparan y vivieran por más tiempo que ellos.
Ángela decidió salir media hora después que la tragedia empezó, se dirigió hacia arriba en busca de la chinita y la encontró. Estaba su cuerpo apoyado en el árbol, con marcas en sus pechos y cara debido a las granadas y los dos tiros en su estómago.
Arrodillada ante el cuerpo de Arlen está Ángela; llorando con desesperación como si alguien muy cercano a ella hubiera muerto. Abrazaba el cadáver y gritaba sin dejar de llorar todo el tiempo, 5 minutos se convirtieron en una eternidad. Su pecho estaba comprimido del dolor, su estómago revuelto y su cabeza a punto de estallar por la terrible impresión.
´´¿Y vos qué sos de ella?´´, preguntó un guardia. ´´¡Nada!´´, gritaba ella mientras seguía lamentando la pérdida. ´´Entonces por qué lloras´´, dijo con tono de prepotencia el guardia. ´´Porque es un ser humano, igual que yo´´, respondió Ángela.
Les fue prohibido darles sepultura a los cuerpos, pero por la noche cuando ya se habían dormido los guardias, unos cuantos pobladores les colocaron candiles a los cuerpos para que, según sus creencias, descansaran acompañados.
Al siguiente día discutieron por horas con la GN para que los dejaran enterrar los cuerpos. ´´Si ustedes consiguen el terreno y hacen la fosa pues entiérrenlos´´, afirmó uno de los guardias. Horas más tardes tres campesinos trabajaban para enterrar los tres cuerpos…
La mariposa
La tumba de estos tres cuerpos no fue visitada por mucho tiempo, ya que la familia Ruiz y muchos otros campesinos tuvieron que huir más adentro en la montaña cuando la guerra los alcanzó. En ese tiempo Ángela perdió el papel que Arlen le había dado; por ser analfabeta nunca pudo saber lo que la chinita le quiso decir, o tal vez lo que deseaba que otras personas supieran.
Luego de unos años a kilómetros del Sauce, alguien recordaría a esta chinita quien motivada por su indignación y las ganas de ver a su pueblo libre, dejó todo.
En un edificio de habitaciones en la ciudad de México está un cantautor nicaragüense, buscando en su cabeza la inspiración de un tema que lleva mucho tiempo tratando de escribir. La ventana del cuarto que da a la bulliciosa calle está abierta y Carlos vuelve a ver al horizonte donde el sol está a punto de ponerse, de pronto una mariposa entra y se posa sobre su escritorio.
La idea surgió de golpe ´´clandestina una mariposa´´, y el lápiz de Carlos no dejó de escribir mientras tomaba la guitarra y le agregaba los acordes. Un momento mágico. De inmediato tomó una grabadora y empezó a grabar lo que acababa de suceder. En 1979 estaba doña Rubia Bermúdez de Siu, madre de Arlen, en la sala de su casa escuchando la voz de ese cantautor quien le explica el porqué de la canción.
´´Ahora le presentaré la primera grabación de esta canción en honor a su hija…´´
Compadre Guardabarranco hermano de viento de casta
y de luz decime si en tus andanzas viste una chavala llamada Arlen Siu…
No fue necesario escucharla por completo, para que Rubia llorara. Pero no de tristeza, al contrario, de orgullo.