Escrito por: Carlos Fonseca Amador, Comandante de la Revolución Popular Sandinista. El Comandante describe los acontecimientos ocurridos antes de su viaje a Moscú.
En los primeros días de junio de 1958, fui matriculado en la Universidad Nacional, para continuar mis estudios en la facultad de Derecho. Las clases comenzaron el mismo mes. Yo asistí. Pero cuando estaba en casa, (o en la “pieza”, como le llamamos en León los universitarios a las casas que habitamos) se me hizo imposible poder estudiar. Me lograba concentrar con demasiada dificultad. Soy sumamente flaco, delgado, midiendo 6 pies de altura y pesando 140 libras; sin embargo, sentía mi cuerpo pesadísimo, como pesando 300 libras. Mi apetito también andaba muy mal. En fin, lo que en realidad me estaba ocurriendo era una fatiga mental, una debilidad de origen nervioso. Lógicamente, pensé que con una salud tan mala, me sería muy difícil, y quizá imposible, continuar con éxito mis estudios de Derecho.
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El médico que visité confirmó mi fatiga y con mayor énfasis lo hizo cuando le referí las condiciones en que había realizado mis estudios el año anterior. Sucedió que en el primer trimestre de dicho año, no estudié con la debida dedicación, porque ocupaba mucho tiempo participando en la patriótica campaña que combatía la reelección del Presiente Anastacio Somoza. Por ese tiempo el Centro Universitario me nombró Jefe de Redacción de su vocero “El Universitario”. A esa tarea le dediqué todo mi entusiasmo. Porque yo consideraba que los periódicos, mitines y hojas sueltas constituían la campaña cívica, pacífica, base decisiva en la lucha contra cualquier dictadura enemiga del pueblo. Esta correcta tesis la sostenía un valiente grupo de liberales independientes, como también las masas populares; pero los planes cívicos desaparecieron en la media noche del 21 de septiembre, cuando Rigoberto López Pérez disparó cinco balazos al Presidente Somoza.
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Yo fui una de las miles personas encarceladas a raíz de este suceso político. Muchísimas obtuvieron la libertad a los pocos días. En cambio yo obtuvo mi libertad hasta los primeros días de diciembre. Por todas estas circunstancias, estudié muy poco durante todo el año, por lo cual, para presentarme a exámenes finales con propósitos de aprobar, tuve que estudiar 13 horas diarias en enero y febrero. Dieron resultados mis esfuerzos, porque aprobé satisfactoriamente todas las asignaturas.
Naturalmente que ese año de estudios 1956 – 1957, me fatigó. Tal vez ocurrió así porque ese año no fue de estudios solamente: fue un año de estudios y de lucha.
Mientras me ocurría todo esto, Moscú con su Kremlin estaba muy lejos de mis sueños. Cuando estaba preso en “La Aviación” o en el “Hormiguero”, y pasaban las semanas y mi libertad no llegaba, yo ya ni soñaba con León, la ciudad en que estudio, o en Matagalpa, la ciudad en que vive mi familia. Ya se puede imaginar el lector, qué lejísimo, entonces, se encontraría de mí Moscú.
Cuando el médico aseguró que la pesadez que sentía en mi cuerpo y la dificultad para concentrarme, indicaba la gran fatiga mental que estaba sufriendo, me hizo ver también, la necesidad que había de que me tomara unas vacaciones que me permitiera reposar. Como mucha gente, yo había oído decir que San José de Costa Rica era lugar ideal para descansar. Unos córdobas que tenía ahorrados fueron suficientes para comprarme un pasaje por avión a San José. Decidí marchar. Al llegar a San José, busqué al nicaragüense Manolo Cuadra, poeta que estaba exiliado en Costa Rica. Yo lo había conocido en Managua luchando por la democracia en Nicaragua y por la Paz en el mundo. Manolo me dio hospedaje en su modesto hogar.
Después de saludarlo, me dijo:
-¿Vienes a pasear?
-Sí, a pasear –le contesté, y además le relaté el origen de la fatiga que me llevaba hasta Costa Rica. Después me dijo:
-Está bien que hayas salido de Nicaragua a buscar reposo. Muy bien está. Aunque en realidad aquí en Costa Rica no será posible que te repongas.
Esas palabras de Manolo me causaron una confusión, que involuntariamente la manifesté con mi rostro y al mismo tiempo le dije:
–¿Cómo es la cosa Manolo? Me estás confundiendo. No comprendo cómo puede ser bueno que haya salido de Nicaragua, aunque aquí en Costa Rica no logre el descanso que necesito… – iba a continuar hablando, cuando el poeta me interrumpió sonriente:
–Ya te aclaré bien las cosas, Fonseca. Es muy seguro que tú te repondrás. ¿no te has dado cuenta que en agosto de este año será celebrado en Moscú el Sexto Festival Mundial de la Juventud por la Paz?
Estas últimas palabras de Manolo, estuvieron lejos de aclararme su opinión sobre mi viaje de Nicaragua a Costa Rica. Por un momento se me ocurrió pensar que Manolo estaba tramando una broma.
Con esa idea, le dije tranquilamente al exilado:
-Me estoy dando cuenta que me quieres dar una broma. Por muy bueno que sea este tu Festival, será imposible que nos repongamos alejados de Moscú, los latinoamericanos cansados.
Manolo insistió seriamente:
-Tú puedes ir a ese Festival… -Yo lo interrumpí -:
-Naturalmente que al Festival puede ir cualquiera, por lo menos cualquiera que tenga el dinero suficiente para pagar el viaje.
-Mira, Fonseca, yo estoy en contacto con los organizadores del Festival y conseguiré con ellos todos tus gastos. Créeme, por favor, que no se trata de ninguna broma. Dentro de una semana te enseñaré el pasaje a tu nombre para ir hasta Moscú y regresar a San José.
Quiero relatar que cuando llegué a Costa Rica a comienzos de 1957, ya entonces Manolo Cuadra había sido sometido a una intervención quirúrgica, en la que le habían extraído un riñón. “Me dejaron tuerto de un riñón”, dijo Manolo en una carta. Cuando lo miré, me afligió el mal estado de salud que presentaba; aunque estaba mucho mejor que como había aparecido en una foto del diario nicaragüense “La Prensa”.
Después que hablamos lo que ya expresé anteriormente, continuamos conversando. Le conté a Manolo que en unos folletos contra el comunismo que regala la embajada de los Estados Unidos, había conocido la preparación del Festival de la Juventud en Moscú. Manolo me respondió, que en esos folletos daban una información equivocada sobre el Festival. “Allí en ese folleto – expresó Manolo – se dice que el Festival es Comunista. Eso es totalmente falso. Yo sé muy bien lo que son estos festivales. Asisten muchachos que piensan en todos los estilos y que oran como paganos, como cristianos o como ateos. Tú asistirás al Festival aunque no seas comunista. Yo, que tampoco soy comunista, fui invitado para asistir al Consejo Mundial de los Partidarios de la Paz, celebrando hace varios años en Pekín.
En esa ocasión esos mismos folletos que regalan los agentes del tío Sam, calificaron al Consejo de Pekín, como un consejo comunista. Mira Fonseca – continuó Manolo, indignado y emocionado – no es por casualidad que ellos obsequian esos folletos. Es para defender los millones de sus millonarios. En algunos momentos he llegado a creer qu esos folletos intoxican, enferman al pueblo. Pero no me refiero a una intoxicación espiritual o mental. Creo que provocan una intoxicación física. A lo mejor mi otro riñón fue una víctima -. Esta última frase, la pronuncio Manolo acompañada de una microscópica sonrisa.
Estaba abriendo mis labios para comenzar a decirle algo, pero Manolo continuó diciendo:
-Quiero decirte cuál es mi posición frente al comunismo. No soy comunista. Tampoco soy enemigo del comunismo. No me gusta confundirme con Franco ni con Emilio Narváez García. Yo pienso que si el comunismo fuera falso o hipócrita no hubiera resistido 40 años en Rusia. Lo hipócrita y lo falso como Hitler y Mussolini con mucha dificultad soportan 10 o 20 años. No soy militante del comunismo, pero lo admiro. Mira, Fonseca, me gusta que vayas tú a Moscú. Veré qué cosas me cuentas cuando regreses.
Así conversábamos, cuando Manolo regresaba de su trabajo en el diario “La República”. Transcurrió una semana y Manolo no me llevó nada de pasaje. Renació en mí la idea de que Manolo me quería dar una buena broma y que en realidad no habría ningún viaje a Moscú. Mientras pasaban los días, yo discutía con el poeta.
Al no mirar ninguna certeza del viaje, creí firmemente que Manolo me estaba dando una broma. Y entonces, yo me sentí tan lejos de Moscú como cuando estaba encerrado, meses antes, en las cárceles nicaragüenses.
Durante algunos ratos olvidábamos el viaje y conversábamos acerca de otros temas.
-Manolo, -le dije de una vez – ¿Qué tal te parece el novelista norteamericano John Steinbeck?
-Formidable – dijo. – Formidable – insistió en decir.
-Comparto tu opinión – le dije – y agregué: – Pablo Antonio Cuadra ha publicado en “La Prensa” unos comentarios a la novela moderna”, titulados “Cartas a una muchacha sobre novela moderna”. Fíjate que a John Steinbeck solamente le ha dedicado algunas líneas. Tal actitud de Pablo Antonio me parece de un derechista extremo.
Con exaltación, el exilado Manolo dijo:
–Es lamentable que Pablo haga eso. Y me duelo que lo haga Pablo, siendo tan culto. Lamento también que le hayan dado el premio Nobel de literatura a ese viejo Hemingway. Este, para mí no es ni comparable con Steinbeck. Me parece absurdo poner “El Viejo y el Mar” frente a “Viñas de Ira”. Las descripciones de Steinbeck jamás se me pueden olvidar. Me lleno de sudor al recordar aquellas páginas de tractores, de polvo y de camiones.
Y así pasaron varios días. Por fin, se llegó uno en que Moscú me pareció bien cerca. Fue cuando Manolo dijo:
-Mañana te entrego el boleto de avión.
-Lo veremos – le contesté, con alegría y confianza.
Y efectivamente, al día siguiente, Manolo Cuadra me entregó un pasaje que la KLM extendía a favor de Carlos Fonseca Amador, para viajar de San José hasta Viena y regresar a San José, pasando por muchas urbes europeas y americanas. Enseguida me indicó Manolo que en Viena unos funcionarios del Comité Organizador del Festival me conducirían hasta Moscú. Por el momento, mis dedos y mis ojos contemplaban el bello billete o boleto que Manolo me acababa de entregar. Yo sentía que el viajero comienza a mirar lugares nuevos desde que mira el boleto de las compañías de aviación y especialmente el boleto de la KLM. Jamás olvidaré la emoción que sentí cuando Manolo entregó el pasaje. También Manolo me entregó una sonrisa tan grande, que pude mirarla todavía en Nueva York y en Viena y especialmente en Moscú.
Así se resolvió mi marcha hacia Moscú. Involuntariamente, quienes provocaron mi viaje fueron aquellos que, deseando continuar en el poder contra la voluntad del pueblo y de la ley, hicieron que yo ocupara más tiempo luchando que estudiando. Esos mismos fueron los que después me tuvieron varios meses en la cárcel. Como ya los lectores lo han visto, todas esas peripecias me empujaron a intensificar por unos meses mis estudios diarios, para salir bien en los exámenes. Todo lo cual llevó el agotamiento a mi organismo, a mi organismo en San José de Costa Rica y de San José a Moscú.
De esa manera ocurrió mi marcha de León a Moscú sin saberlo. Quiero, para terminar este capítulo, enviar mi agradecimiento a los enemigos nicaragüenses de la Democracia que, sin quererlo, me pusieron en condiciones para marcharme al ex misterioso Moscú.
Referencia:
Fonseca, C (1980). «Un Nicaragüense en Moscú». Año de la Alfabetización. pp. 13-18.
esta interesante y mucja sabiduria abrazos fraternos
Un abrazo hermana. Gracias por dejar tu comentario. ¡¡Seguimos!!
Me gusta. Una nacida en los casi 90’s. Los mismos de ayer son los mismos de hoy. Y hasta ahora estoy haciendo un estudio autodidactico del Fsln con ayuda de uds. Y otros. HLVS!